Un viaje empieza normalmente mucho antes de ponerte en
marcha. Cuando empiezas a pensar en algún destino ya estás viajando
mentalmente. Soñar es gratis.
Luego empiezas a recopilar información, a pensar en cómo llegar,
dónde quedarte, qué visitar…y cuanto más complejo es el viaje, mayores suelen
ser los preparativos.
En nuestra mente estaba Indonesia, concretamente las Islas
Banyak. Unos buenos preparativos en este tipo de viaje son básicos.
El buen tiempo que tuvimos en casa durante los meses de
septiembre y octubre acompañado de buenas olas nos hizo descuidar bastante estos
preparativos.
A pocos días de emprender el viaje nos trasladaban otra mala
noticia, el barco que nos iba a transportar en las Banyak se había quedado a la
deriva como consecuencia de una avería mecánica.
Tras ser rescatado y examinado, las piezas necesarias para
su reparación no llegarían a tiempo. No había barco.
Lo único que estaba claro eran los vuelos. Bueno, ni eso. También hubo variaciones de
última hora en los mismos y en las escalas. En fin, aquello pintaba feo, pero
el día de verdad había llegado, tocaba ponerse en marcha a
ver si nos acompañaba la suerte y conseguíamos llegar a Medan con nuestras
tablas.
El primer paso resultó complicado. Los preparativos habían
sido tan nefastos que no teníamos ni cinchas para poder llegar al aeropuerto de
partida en España con nuestras tablas.
Ibai, nuestro salvador, que apareció con unas buenas
cinchas.
Nos faltaba seguridad, pero nos sobraban ganas. La tensión
se palpaba en cada escala del viaje, en la que celebrábamos la llegada de las
tablas como se merecía.
Las escalas de Frankfurt, Zurich, Singapur y finalmente Medan se fueron sucediendo.
Mikeldi uno de los integrantes clave del viaje, siempre positivo.

A partir de Medan empezaba el verdadero viaje. En el que soñar
no es gratis, es verdad.
Atravesar la isla de Sumatra sabíamos que no iba a ser
fácil, por delante 10 horas de coche durante la noche que salieron bien de milagro.
Sumatra en época de lluvias no nos lo puso fácil.
Llegamos al embarcadero a primera hora de la mañana para
evitar que nos pillase la noche en la travesía de
9 horas por mar.
El barco salíó más tarde de
lo previsto como consecuencia de la mala mar, ese retraso hizo que nos pillase
la noche en el último tramo de la navegación, se hizo dura.
Finalmente llegamos a nuestro destino, sin poder ver
absolutamente nada. Sin saber siquiera dónde estábamos.
Tocaba esperar hasta el amanecer del día siguiente. Como en
todo viaje. Lo importante es llegar.