Con las primeras luces del día pudimos ver la inmensidad de
la bahía que nos rodeaba, protegiéndonos del mar y del viento.
Los porches de dos cabañas flotantes y el pantalán que las
unían serían nuestro hogar durante los próximos diez días.


El único sonido era el del mar, perturbado en ocasiones por
los aullidos de los monos desde la orilla. Un lugar que siempre tendremos
grabado.








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